Rita Berecz

  • Con familia
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  • Pastoral con Jóvenes
  • Pastoral con Jóvenes

He nacido en Hungría en 1967, y fui educada en la iglesia  católica romana.  Mi vida, como la de mis predecesores, estuvo marcada por las consecuencias negativas de la 2ª Guerra Mundial, la revolución de 1956 y el sistema comunista que siguió.  A pesar de todo esto, nada pudo resquebrajar nuestra fe en Dios.  Mis padres, mis hermanos y yo fuimos testigos de la caída del comunismo en 1989 y del posterior establecimiento de la democracia, que aportó  cierta  manifestación externa de libertad.

Estos acontecimientos contribuyeron a la formación de mi espíritu crítico.  También me enseñaron a tomar decisiones sólo tras un discernimiento cuidadoso, sin apoyarme en el atractivo  superficial, y a basar mi fe únicamente en Dios.

Perdí a mi padre mientras estaba en Roma preparándome a los últimos votos, y mi madre falleció el último día de marzo de 2012.  Por parte de las familias de mis tres hermanas y hermanos tengo tres sobrinas y once sobrinos entre 21 y 3 años de edad.  Hasta que tuve 21 años pensaba formar mi propia familia con muchos niños también.  Pero con el paso del tiempo  iba surgiendo también la idea de un camino de vida alternativo.   

Aunque no había visto nunca una religiosa, la lectura de La Montaña de los Siete Círculos de Thomas Merton despertó en mí el deseo de una vida enteramente entregada a Dios.  La evolución precedente de mi vida, y la búsqueda de Merton de un modelo de vida adecuado marcaron la  razón principal del sentido de  mi vida y el sentimiento de libertad. La influencia de este proceso dinámico en mi vida ha sido más o menos intensa en diferentes etapas y a la vez  ha procurado  bases sólidas a mis decisiones vitales. 

La fase más intensa de mi búsqueda coincidió con el periodo de transformación del sistema político (1989),   Era también el momento en que en Hungría la Iglesia Católica y en ella la vida  religiosa despertaban de su “Sueño de Cenicienta”.   Cuando llamaba a la puerta de cualquier convento, me recibían efusivamente y  las Hermanas estaban deseando vestirme con su hábito.  Sin embargo, puesto que yo estaba convencida  de que la decisión era un proceso que se desarrollaba entre Dios y yo, sus esfuerzos vehementes para retenerme daban por resultado el alejarme de ellas. 

Al avanzar en mi búsqueda, surgían nuevos interrogantes, y esto me ayudó a ir clarificando lo que realmente deseaba.  En este camino me acompañó un sacerdote con quien pude compartir mis experiencias.  En una ocasión asistí a un retiro de Pascua, que tenía por tema “la vocación”.  Una de las conferenciantes era una Hermana menuda, vestida con un traje normal, que me llamó la atención.  Era la Hermana Agota Baternay, religiosa de la Sociedad del Sagrado Corazón (que falleció en 2013).  Al hablar con ella encontré todo lo que iba buscando: respetó mi búsqueda, me dejó decidir en toda libertad, y en  ella y su congregación religiosa vi presente el espíritu del Concilio Vaticano II.  Al avanzar por este camino empecé a sentir que el sueño de Dios para mí era dedicar mi vida  en el Sagrado Corazón a la libertad que clamaba en mí, y eso aun cuando entonces todo ello me era totalmente desconocido. ¡Esta revelación me inundó de alegría!

Al emprende este camino no sabía nada ni de espiritualidad ni de vida religiosa. Las Hermanas del Sagrado Corazón habían estado 40 años fuera del país, era pues muy difícil conocerlas, según aquello de: “Maestro, ¿dónde vives?”  No tenían en Hungría ni instituciones ni comunidades.  Sin embargo pude conocer un grupito de Hermanas del Sagrado Corazón húngaras, recién llegadas de Austria.  Lo que experimenté y aquello de lo que me enteré me pareció una base  bastante sólida para embarcarme esta  gran ¡AVENTURA!  Cuando pedí la admisión en la Sociedad comuniqué mi decisión a mi familia y la aceptaron; de hecho mis padres estaban totalmente de acuerdo.

Mi formación me inició en la espiritualidad ignaciana y de la Sociedad, así como en lo esencial de ser Religiosa del Sagrado Corazón.  Pasé dos años maravillosos con otras cuatro Hermanas compañeras bajo la dirección de Ilona Prohaszka, en el primer noviciado en Budapest al cabo de  40 años.

Elemento importante de mi formación sea como novicia, sea como RSCJ de votos temporales, fue pasar una temporada en Austria y en otras provincias de Europa.  Esto contribuyó mucho a formar mi identidad internacional y a enraizarme profundamente en la Sociedad.  Antes de los últimos votos hice una experiencia internacional en Estado Unidos, siguiendo los pasos de Filipina Duchesne.  Me familiaricé con la historia de nuestra Sociedad, en el periodo en que  se fue extendiendo fuera de Europa hacia e l mundo entero.  Una experiencia maravillosa fue conocer el colegio del Sagrado Corazón de Grand Coteau y  hacerme una idea de nuestra misión educadora, que me era un campo totalmente desconocido.  Tuve también la suerte de trabajar con los pobres del 4º mundo en San Luis, y recuerdo con emoción el encuentro con excelentes Hermanas del Sagrado Corazón, que buscaban y hallaban respuestas actuales a los retos encontrados.

Una parte importante de mi vida ha sido el iniciar o reiniciar en Hungría la presencia de la Sociedad.  Al no haber en aquel tiempo ningún signo visible de la existencia de La Sociedad, me impliqué en  fundar nuevas comunidades e iniciar nuevas actividades.  Miro estas circunstancias como un honor, y valoro la confianza que me mostraron  las personas encargadas de dirigir la Sociedad.

Desde que pronuncié los primeros votos  he desempeñado varios empleos y responsabilidades.  Después del noviciado estudié Teología y me encargué de tareas administrativas.  Después de la profesión final me enviaron a estudiar Psicología Pastoral a la Universidad Loyola en Chicago.  Al volver a Hungría trabajé durante siete años en una organización no-gubernamental, que ofrece diversos programas y campamentos a niños y jóvenes de diferentes edades.  Ahora soy miembro del Consejo provincial, en el que represento la provincia de Hungría.

Espero de corazón que cada vez más jóvenes sientan el deseo de seguir el llamamiento de Dios en nuestra Sociedad. Nuestro carisma de encarnar el Amor es un tesoro tan grande, y ciertamente el paso del tiempo no lo ha debilitado.  Sigo deseando contribuir a la misión de la Sociedad con mi humilde servicio, donde quiera que me encuentre y adonde quiera que  Dios me llame o me envíe.

 
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